Era pasadas de la media noche, estábamos en plena calle solos, sin que un coche nos pitará ni un policía nos diera la señal de poder pasar o no. Completamente solos. No estábamos ebrios, o por lo menos yo no. Volteé a mi lado derecho donde estaba Fernando, estaba sonriendo sin parar por un chiste que hizo Cristian, no lo escuche pero al verme Fernando yo sonreía según esto por el chiste, pero más bien era porque sus hermosos ojos color miel estaban clavados en mis insignificantes ojos cafés. No puedo explicar con palabras lo que sentí en aquel momento, pero lo que si diré con certeza es que él se me acercó y sólo me dijo tres simples palabras:
-Te vez bella.
Yo no pude contestarle al estar muda yo ¡YO MUDA! Si soy el perico de mi grupo de amigos, que habla sobre todo sin ganas de cerrar mi boca, pues pienso que nuestra estadía en este mundo es tan breve como para callarnos nuestros pensamientos que dijo literalmente todo lo que pienso, pero en aquel momento en la acera de Alvaro Obregón, yo me quede muda. Fernando sólo se abstuvo en mirarme, esperando una de mis tantas palabras que salen de mi boca, pero nada salió, absolutamente nada. Pero al ya pasar un tiempo considerable de silencio (creo que el más largo de mi vida) Fernando nunca aparta sus ojos color miel en los míos, sentí como las estrellas brillaban más al igual que la Luna como si estuvieran atentas a lo que pasará a continuación, esperando por fin una palabra mía.
Pero nada salía.
Así que Fernando me tomó de mi mano y se la puso sobre su pecho y empezó a acariciar mis nudillos como si fuera algo especial que sostiene entre sus manos. Fue una sensación bastante extraña para mis manos, en el sentido que nadie las había tocado de la misma forma que él lo estaba haciendo, nadie las había tratado como él lo hacía, nunca había imaginado que unas simples caricias en las manos pueden provocar tantas cosas como las que sentía en ese instante. Mi mente empezó a cuestionar sobre la situación ¿por qué lo estaba haciendo? ¿entonces sus sentimientos son recíprocos a los míos? ¿Esto acaso no será un hermosos sueño el cual no me quiero despertar?
Pero volví a sentir sus caricias ahora en mis brazos, se sentía tan real que deseché de inmediato la idea de que fuera un sueño.
Él volvía a mover sus manos por mis hombros, mi cintura y mi cuello, hasta que a tal punto que quedé enrollada hacía él, como si nuestros cuerpos fueran dos piezas de rompecabezas que al unirse se complementaran.
Su boca empezó a dar pequeños besos por mi cuello hasta pasar por mi cachete y poco a poco ir dirigiéndose hacia mi oreja, para poder decir lo siguiente:
-Te extrañe tanto.- me dijo.
Yo lo miré confundida no captando lo que me estaba diciendo, si siempre he estado su lado , ¿por qué me extrañaría?
-Despierta.
¿Qué estaba diciendo ahora?
-Despierta.
¿Qué estaba diciendo ahora?
-Despierta.- esta vez lo dijo con cariño. Apretó mi mano, como si no quisiera que me separará de él, ¿pero por qué se comportaba tan extraño sabiendo ahora que sentimos lo mismo el uno por el otro, por qué tendría yo que separarme de él?
-Ya es hora.- seguía diciendo, ahora dándome un beso en la frente.
Pero yo todavía no me quería separar de él.
-Te necesitan.- insistía.- te necesitan.
-¿Qué estas diciendo?- le pregunté.
-Despierta.- repetía.- Ya es hora de despertar.
Mis ojos le gritaban ¿por qué? y cómo si hubiera leído mi mente, me respondió.
-Soy producto de tu imaginación.
Entonces abrí mis ojos y desperté es un hospital con una señora que me veía bastante rara, por no decir preocupada.
-¿Mamá estás bien?
-¡Fernando! ¿dónde esta Fernando?- empecé a gritar cada vez más fuerte ¡FERNANDO! quitándome esas cables o lo que sea que fuera que estaban en mi cuerpo.
-Mamá tranquilízate. - me trataba de agarrar, pero ya la apartaba bruscamente.
-¿Quién eres tú?- pregunté asustada poniéndome detrás del monitor cardiaco, como si me fuera a defender de aquella señora rara.
-Soy tu hija.- me respondió. No le creí.
-¡FERNANDO! ¿Dónde esta Fernando?
-Mamá, Fernando, mi papá, ya murió hace tres años.
Y lo último que recuerdo fue ver borroso aquella sala y después no ver absolutamente nada, después de escuchar absolutamente todo.